Aún cuando la misa era el único entretenimiento para los primeros habitantes de Montevideo, sólo contaban con la iglesia erigida por los sacerdotes Jesuitas que llegaron al levantarse las primeras fortificaciones.

El Cabildo decidió que era necesaria una Matriz decente frente a la Plaza Mayor, por lo que los vecinos se abocaron a construirla en la misma manzana en que hoy se encuentra, pero en la esquina de la calle Rincón.

Terminada en mayo de 1740, contaba con las imágenes de los santos patronos de la ciudad, una campana rota y otra mal arreglada que apenas se mantenían colgadas en el campanario. Tan floja resultó que en 1785 se comenzó a discutir acerca de la necesidad de levantar otra iglesia, pues los feligreses ya no iban a misa por miedo a que el techo les cayera encima.

Tanto debatieron que finalmente se derrumbó y no quedó más remedio que edificar otra en su actual ubicación, que se inauguró en 1804, con el piso de tierra, la fachada sin revocar y, a falta de azulejos adecuados, con las cúpulas decoradas con trozos de fuentes y platos rotos.

Fue bombardeada por los ingleses tres años después, convertida en prisión y hospital para unos 600 heridos entre españoles y británicos, además de servir como fortificación para cañones, algo similar a lo ocurrido durante el primer sitio de Montevideo, cuando se transformó en cuartel.

En 1861 se instaló el reloj que vemos actualmente, y en el 87 se colgaron las campanas. Mucho más abajo de las cúpulas, siguiendo la costumbre de enterrar a los muertos destacados en sitios sagrados, descansan los restos de Fructuoso Rivera, Juan Antonio Lavalleja, Dámaso Antonio Larrañaga y Jacinto Vera entre otros, siendo el último sepultado el Cardenal Antonio Barbieri en 1979.

La Catedral Basílica Metropolitana de San Felipe y Santiago es un ícono de la ciudad, que además de ser centro de la religión católica, durante décadas fue el pararrayos y la única forma de saber la hora con la que contaban la mayoría de los montevideanos.

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