LA MAÑANA EN CASA | 12-03-2024
LA CIUDADELA.
La ciudadela de Montevideo, además de estar pésimamente situada desde el punto de vista estratégico, defendiendo a una ciudad que carecía de fuentes de agua, lo que la volvía impotente ante el asedio, contaba con una muralla que corría de norte a sur, rematada a cada lado por baluartes o cubos.
Eran el de Santiago al norte, situado más o menos en lo que hoy es la rambla 25 de Agosto y Juncal, y el de San Juan, del que aún se puede visitar sus vestigios reconstruidos, en la rambla sur a la altura del Templo Inglés.
La muralla, de casi 11 metros de altura, limitaba la ciudad e impedía su expansión; contaba con entradas, al norte la del Portón de San Pedro, en la esquina de las actuales calles 25 de mayo y Bartolomé Mitre, y al sur la del portón de San Juan, en Ituzaingó y Reconquista.
Estos portones se abrían al amanecer y se cerraban al caer la tarde, tras un disparo de cañón que avisaba a los distraídos que era su última oportunidad para volver al recinto y no tener que dormir a la intemperie, bajo la amenaza de las indiadas y el ataque de las ratas que intentaban trepar los muros.
La fortaleza y la muralla no sirvieron para detener la única invasión armada recibió Montevideo, que sucumbió ante el ataque inglés en 1810, y perdieron la fuerza que nunca tuvieron con el pasar de los años.
Tras la declaratoria de independencia, el 24 de setiembre de 1829 comenzó el derrumbe de la muralla, lo que fue aplaudido por los pobladores por considerarla un signo oprobioso del pasado colonial, y cuyas piedras se utilizaron para el empedrado de las calles.
El 1° de mayo de 1836 se inauguró un mercado en lo que había sido la Ciudadela y fue demolida en 1876, conservándose apenas la puerta, que se desarmó para emplazarla luego en la Escuela de Artes y Oficios, donde permaneció hasta ser restituida en 1959, muy cerca de su ubicación original, donde hoy se encuentra, y en la que Artigas nunca posó para ser retratado.