A los 34 pobladores llegados de Buenos Aires se sumaron los provenientes de las Islas Canarias, según lo acordado entre Zabala y la Corte de Felipe V, unas 96 personas, en 13 familias.

Tras 89 días de dura travesía en la fragata Nuestra Señora de la Encina, desembarcaron en la incipiente San Felipe de Montevideo el 19 de noviembre de 1726, en un estado tan lamentable que según Pedro Millán, hubo que repartir entre ellos ropa para repararlos de su desnudez.

Un mes después, el mismo Millán levantó un padrón de los pobladores y el 24 de diciembre, realizó la adjudicación de solares, por la que quienes habían llegado casi desnudos recibieron como regalo de Navidad, un predio en el que levantar sus casas.

A comienzos del año siguiente se fijaron las festividades de San Felipe y Santiago, y comenzó el reparto de chacras, mientras continuaban llegando inmigrantes desde Santa Fe, Salta, Asunción y otros lugares de América, hasta que el 27 de marzo de 1729, arribó el segundo contingente de Canarias, conformado por 25 familias que totalizaban unas 135 personas.

La flamante San Felipe y Santiago crecía día a día, en medio del barro y con apenas dos o tres casas de adobe y techo de cuero, pero a esa altura, el progreso era inevitable.

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